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Alcaldes de Corte y Alcaldes de Barrio

Tras el motín de Esquilache, que tuvo lugar el 23 de marzo de 1766, Carlos III resolvió reformar las fuerzas del orden de la capital, pues en aquel incidente, provocado por la prohibición de llevar el chambergo (sombrero de ala ancha) y la capa larga, ninguno de los encargados de velar por el orden movió un dedo. Y eso que el motín se produjo en la Plaza de San Martín, enfrente al cuartel de Inválidos, que era la milicia urbana que a la sazón protegía la ciudad.
Pedro Pablo Abarca de Bolea, por J. M Galván
El Rey designó  nuevo presidente del Consejo de Castilla a Pedro Pablo Abarca de Bolea, conde de Aranda, y le encomendó la tarea de acometer dichas reformas. El conde dividió la ciudad en ocho cuarteles: Plaza Mayor, Palacio, Afligidos, Maravillas, Barquillo, San Jerónimo, Lavapiés y San Francisco. Cada uno de ellos tenía asignado un alcalde de corte, que era una especie de juez local encargado de instruir atestados de las causas criminales y resolverlas siempre que la cuantía de las multas y compensaciones no sobrepasase los quinientos reales.
Cada alcalde de corte tenía a su cargo a dos escribanos, cuatro alguaciles y dos porteros, y tenía la obligación de vivir en el propio cuartel para estar siempre localizable en caso de que los vecinos precisaran de su intervención.
Al mismo tiempo, cada uno de los ocho cuarteles se subdividió en ocho manzanas, llamadas “cuadras” o barrios, a las que también se asignó su propio alcalde. Estos sesenta y cuatro alcaldes de barrio eran elegidos anualmente por los vecinos más solventes en votaciones que tenían lugar en el mes de diciembre a fin de que pudieran darse el relevo con el cambio de año.
Se les podía distinguir porque llevaban «un bastón de vara y media de alto con puño de marfil», y su principal cometido era el de auxiliar al alcalde de corte en labores de registro de «Matrículas de Vecinos, Mesones y Posadas», una suerte de censo donde indicaban las señas, oficio y medios de subsistencia de los habitantes del barrio, incluidos los huéspedes de las posadas. También debían hacer ronda por los comercios, mesones, tabernas y casas de juego de la cuadra correspondiente para velar por el orden público.
Los alcaldes de barrio podían solicitar los servicios de un Escribano Real para que les asistiese en sus tareas, encarcelar a vecinos pillados in fraganti y cobrar multas, siempre que rindieran cuentas al corregidor del importe de las mismas.
¿Qué ha sido de esta figura? En su Manual de Madrid, de 1803, Mesonero Romanos se refiere a los alcaldes de corte y los alcaldes de barrio como instituciones pertenecientes a la «Administración civil, militar y eclesiástica de Madrid y su provincia». En las hemerotecas también podemos encontrar referencias a estos alcaldes de corte y barrio en la prensa de principios de siglo.  Aunque hoy las concejalías y juntas de distrito los han venido a reemplazar, en aquellos tiempos llegó a haber 10 cuarteles y 97 barrios con sus correspondientes alcaldes.

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